A menos de 30 kilómetros al noreste de Sort, y en el corazón geográfico de la comarca del Pallars Sobirà, se encuentra Tírvia. Pueblo de 143 habitantes vinculado en el pasado a los cátaros que sorprende ya desde la lejanía, porque, a 991 metros de altitud, corona la cresta de unas rocas que se elevan sobre tres profundos valles: la Noguera de Vallferrera, la Noguera de Cardós y la Coma de Burg; de ahí el nombre de este lugar, y, al mismo tiempo, como vigía de la vía de comunicación principal que enlazaba el vizcondado de Castellbó con el condado de Foix. Una vez arriba, el viajero tendrá la sensación de estar flotando sobre una nube, porque los abismos no son recomendables para quienes padecen de vértigo.

Arco por debieron de transitar los colectivos cátaros que iban a la localidad de Tírvia.

A pesar de la lejanía espacial de este lugar, y de tratarse de uno de los pueblos más interesantes y desconocidos de la geografía catalana, Tírvia cuenta con una historia apasionante gracias a su aislamiento. Por su proximidad a Occitania, esta población de alta montaña no tardaría en convertirse en un lugar de acogida de cátaros. Uno de estos buenos hombres, Guilhelm Bélibaste (1280-1321), último perfecto del catarismo occitano, pasó por Tírvia en la primavera de 1320, en un viaje forzado por las circunstancias, de regreso a su Languedoc natal. Desde 1272, esta plaza pertenecía a Roger Bernat III de Foix, a través del vizcondado de Castellbó; por tanto, estaba vinculada con la monarquía francesa y formó parte de los territorios de Foix y del vizcondado de Castellbó desde 1315 a 1391. Y fue aquí donde Guilhelm Bélibaste sería atrapado y encarcelado en las mazmorras de la fortaleza de Castellbó, antes de ser llevado cargado de cadenas al “Muro” de Carcasona, por una trampa urdida por Arnau Sicre, explorator de la Inquisición francesa, enviado por el obispo de Pámiers, Jacques Fournier, quien contaba con el respaldo del pontífice Juan XXII, residente entonces en Aviñón. Con la caída de Bélibaste y su posterior muerte en la hoguera, en Villerouge-Termenès (Aude) se puso fin a la historia del catarismo en el mundo occidental. Arnau Sicre, el delator, percibió por la captura de Bélibaste la cantidad de 50 libras tornesas, además del patrimonio familiar que le fue confiscado por la Inquisición tras matar a su madre por creyente cátara: una herencia manchada de sangre.

Basa de la columna que sirvió de picota, en el camposanto de la localidad.

En Tírvia, a pesar de tratarse de un núcleo rural tan modesto, sus habitantes siempre se caracterizaron por un respeto intercultural; en sus arrabales llegaron a convivir en plena armonía con los cristianos pequeños colectivos cátaros, templarios, judíos e hispanomusulmanes.

En estos momentos se está reconstruyendo el antiguo sendero que, en los siglos medievales, enlazaba las poblaciones de Tírvia (Pallars Sobirà) y Castellbó (Alt Urgell), ruta que descubre espacios naturales de singular belleza; localidades, ambas, estrechamente vinculadas con el catarismo. Joan Farrera Granja, el alcalde de Tírvia, está dispuesto a recuperar las huellas de la historia medieval, cuyo legado cátaro en estas montañas del Pirineo catalán está a flor de piel, a pesar de haber estado condenado al más completo de los olvidos por los poderes fácticos de los siglos pasados.

Villa Real

Al recorrer en silencio las empinadas calles de Tírvia, o meditar bajo los recovecos de los soportales, el recuerdo a Bélibaste y al catarismo se respira en la atmósfera en un intento por reconstruir aquel periodo de la historia de esta apartada población que, desde 1512, al pasar definitivamente a la Corona de Aragón, recibió con todo merecimiento de manos del monarca Fernando el Católico el título de Villa Real.

Vista parcial del camposanto del pueblo. Al fondo, destaca la silueta de la iglesia de la Piedad.

Aconsejamos entrar en el camposanto de Tírvia, cuya puerta de hierro está siempre abierta, y ver lo que fue la base de la picota levantada por la Inquisición para condenar a los colectivos cátaros; visitar después la ermita de la Salud, en cuyo interior se puede admirar una de las mejores colecciones de estelas discoidales medievales relacionadas con cátaros y templarios; laudas artísticamente esculpidas, datadas en los siglos XIII y XIV. Una de ellas apareció fortuitamente al trabajar con el arado un huerto y, una vez restaurada, se vio que representa a la Virgen María en estado de gestación, con el Niño en su vientre. Los cristos bogomilos, que transmiten paz y felicidad a la humanidad creyente, también se reproducen en estas estelas funerarias, como prueba evidente de que se trata de personas vinculadas con la fe cátara. El escudo de Tírvia es una luna en cuarto creciente, rodeada por 24 estrellas de plata de seis puntas.

En el sector más alto de la población se alza la iglesia parroquial, dedicada a San Félix; pero no es la original, porque la medieval voló por los aires a causa de los bombardeos de la Guerra Civil. En 1943, en compensación por los daños causados al pueblo y a sus gentes, se ordenó construir el nuevo templo en estilo neorrománico. Las huellas de aquella tragedia siguen grabadas en las fachadas de numerosas viviendas, como testimonio de algo que nunca debería repetirse.

Estelas discoidales aparecidas en el municipio de Tírvia.

Desde Tírvia, el viajero amante de la naturaleza puede acercarse a los pequeños núcleos de Burg, Farrera y Montesclado, al norte de la Serra del Bosc –integrados en el Ayuntamiento de Tírvia–, en los cuales, según los naturales de estos lugares, se puede escuchar el silencio. Al recorrer estas aldeas de alta montaña se percibe que también aquí está viva la huella del catarismo, porque por sus empinadas calles y bajo sus arcadas y soportales, después de haber atravesado los profundos valles del Pirineo, los colectivos occitanos alcanzaban en precarias condiciones el Pallars, con la villa de Tírvia, que los recibía con los brazos abiertos. Todos estos lugares son poseedores de un patrimonio sociocultural que debería ser reconocido e integrado en la lista de bienes de la UNESCO, por su estrecha vinculación con una cultura medieval que fue obligada a perder sus señas de identidad.

Texto y fotos: Jesús Ávila Granados

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 235.

 

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