Mediado el verano de 1941, la catástrofe aplastaba a la Unión Soviética, el Ejército Rojo había perdido casi dos tercios de sus efectivos y los alemanes estaban a 350 kilómetros de Moscú. Había más soldados rusos prisioneros que en armas. Stalin promulgó entonces la Orden nº 270 de 16 de agosto: “Ordeno que todo aquel que se rinda sea considerado un desertor infame, cuya familia será detenida por ser la familia de un hombre que ha roto su juramento y ha traicionado a la madre patria. Esos desertores deben ser fusilados en el acto”. Era condenar al infierno a los cinco millones de prisioneros soviéticos.
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