Al llegar febrero, y vislumbrarse el final del invierno, se celebran dos arcaicas fiestas, a menudo entrelazadas. El día 2, la Purificación de la Virgen o Candelaria, recordando su preceptiva visita al templo a los cuarenta días del parto, instaurada en el siglo V para oponerla a las fiestas purificatorias paganas, las lupercales, que en febrero rememoraban el rapto de la bella Proserpina por el infernal dios Plutón. Y el día 3 se festeja uno de los “santos viejos” de inicios del cristianismo: Blas, médico y obispo de Sebaste, que para escapar de las persecuciones del siglo III se refugió como eremita en una cueva, rodeado de fieras que amansaría.
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